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Los hunos son un pueblo de pastores nómadas que invadieron la Europa del SE hacia el 370 y crearon un enorme imperio en los ochenta años siguientes. (Los heftalitas que invadieron Irán e Amiano Marcelino (fl. 395) los describe como pastores sin casas ni reyes, dirigidos por jefes de grupo (primates), aparentemente sin un caudillo general aún en el s. IV. Excelentes jinetes arqueros, veloces y decididos, de táctica impredecible, extendieron el miedo por el Imperio. Pactaron con Roma en contra de los germanos de Europa Central y, hacia el 432, tenían un caudillo principal, Rua o Rugila, a cuya muerte (434) le sucedieron sus sobrinos Bleda y Atila (Átila), corregnantes que pactaron con el Imperio de Oriente en Margus (hoy Pozarevac) la duplicación de los subsidios pagados a Rugila.
Atila o Átila, flagellum Dei, rey de los hunos (434-453) es el Etzel de la leyenda de los Nibelungos y el Atli de las sagas islandesas. Dominadores de un extenso territorio, desde el Báltico a los Alpes hasta cerca del Caspio, habían de recibir de Constantinopla 700 libras de oro anuales (unos 300 k). No se sabe nada concreto sobre Atila entre 435 y 439 ni tampoco que el Imperio le pagase lo prometido. En 441, cuando las tropas romanas estaban actuando en el limes tanto oriental como occidental, atacó fuertemente el Danubio oriental, tomando y saqueando muchas ciudades, incluida Singidunum (Belgrado). Constantinopla logró una tregua para el 442 y trajo tropas del Oeste; pero en 443 Atila volvió a atacar: tomó ciudades en el río y se dirigió al interior hacia Naiso (Nis) y Sérdica (Sofía), que fueron destruidas. Camino de Constantinopla, tomó Filipópolis, derrotó a los romanos en todas las batallas y cercó la capital imperial, que no podía tomar con sus arqueros. Puso rumbo a Galípolis, donde estaban refugiadas las últimas tropas imperiales, y las deshizo. Impuso una paz que incluía el pago de los atrasos y su mora (6.000 libras de oro, unos 1.800 k) y la triplicación del tributo anual (2.100 libras por año, unos 650 k). Hacia 445 mató a su hermano mayor, Bleda, y se convirtió en autócrata. Atacó de nuevo en 447, más al E (Escitia y Mesia) que la vez anterior y derrotó a los romanos en el río Uto (Vid), pero con un alto costo en hombres. Devastó los Balcanes y Grecia hasta las Termópilas y en los años siguientes se mantuvo una especie de hostilidad latente entre Atila y Teodosio II, como narra Prisco de Panio (fragmentos de su Historia), que lo visitó en Valaquia, junto a los embajadores romanos del 449. Se concluyó una paz más onerosa para el Imperio que la del 443: el Imperio había de evacuar una ancha franja suddanubiana y grandes tributos cuya cuantía no precisan las fuentes. Atila entró en la Galia en 451, aparentemente contra los visigodos del reino de Tolosa, que no mantenían contenciosos con Valentiniano III ni con Aecio, con quien Atila estaba en buenas relaciones. Se sabe que, en 450, Honoria, hermana del emperador, le envió su anillo y la petición de que la librase de un matrimonio al que se la obligaba. Atila reclamó a Honoria como esposa y pidió la Galia como dote. Aecio y Teodorico I pactaron una actuación conjunta. Atila intentó ocupar Aurelianum (Orleans), pero los romano-godos se lo impidieron en el último momento. La batalla se dio en campo abierto, en los Campos Cataláunicos (o, en otras fuentes, Mauriacos), de situación desconocida. Teodorico murió, pero Atila, vencido por primera y única vez, hubo de retirarse. En 452 Atila pasó a Italia y saqueó Aquilea, Padua, Verona, Brescia, Bérgamo y Milán, sin que Aecio pudiera detenerlo. La hambruna y la peste los sacaron de Italia. El nuevo emperador de Oriente, Marciano, interrumpió el pago de subsidios pactado por Teodosio II y Atila iba a atacarle cuando murió en el viaje, durante el sueño. Quemado en una fastuosa pira con su tesoro personal, quienes dispusieron el funeral fueron muertos para que nadie pudiera localizar la tumba. Le sucedieron sus hijos que, reñidos entre sí, perdieron casi inmediatamente el poder huno.
Prisco, que conoció a Atila en 448-449, lo describe como bajo, robusto, de gran cabeza, ojos hundidos, nariz chata, barba rala y de costumbres austeras. Irritable e irascible, era un tenaz negociador y no tan inmisericorde como se dice. Los hunos poseían oro abundante, por los pillajes, los subsidios romanos y la venta de prisioneros, y el poder económico alteró sus naturaleza política. La monarquía se hizo hereditaria y el rey tuvo carácter autocrático: sus delegados personales se ocupaban del gobierno y las exacciones en especie y moneda sobre los territorios y pueblos sujetos a los hunos. No hubo estructuras complejas y, a la muerte de Atila, las revueltas internas facilitaron la derrota huna (455) frente a una coalición de gépidos, ostrogodos, hérulos y otros pueblos en Panonia (río Nedao, sin identificar) que terminó con los hunos como potencia.
Extractos de libros Extractos sobre los Hsiung-un en el libro "Asia Central", de siglo XXI. Los hallazgos de los túmulos de Noin-Ula, en Mongolia, son similares en muchos aspectos a los de Pazyryk pero de fecha posterior. Estos enterramientos se atribuyen a una rama de los hsiung-nu (hunos); los hallazgos incluyen una alfombra de lana, decorada con animales luchando, tejidos helenísticos importados y escudillas de laca china, una de las cuales ha sido fechada en el año 2 a.C. Pag. 27 Durante la tercera centuria a. C. los hsiung-nu llegaron a la cima de su poderío en Mongolia. En seguida constituían el principal peligro para los dirigentes de la China septentrional; la Gran Muralla, el más conocido de los monumentos chinos, se construyó pata salvaguardarse de sus ataques; pero al finalizar la dinastía Ch'in (221-206 a. C.), el poder defensivo de China decayó. Al mismo tiempo, la fuerza de los hsiung-nu aumentó bajo el mando de su shanyü (jefe supremo) T'ouman, y alcanzó su mayor poderío bajo el hijo de éste, el gran Mao-tun (209-174 a. C.), que subyugó a las tribus vecinas, los hsien-pi, los khitan y los tunguses, y se convirtió en el emperador de las estepas. Pag. 40 Hacia el siglo IV d. C. el imperio nómada de los hsiung-nu en Mongolia se hallaba dividido desde hacia mucho tiempo en dos partes, la septentrional y la meridional. Ambos grupos habían tenido una historia turbulenta y en el año 311 d. C. los hsiung-nu de la zona meridional habían conquistado y quemado la capital de la China septentrional, Lo-yang. Esta era la ciudad famosa entre los romanos con el rombre de Sera Metrópolis, el lugar donde finalizaba la ruta terrestre de la seda. Las tensiones que como resultado se produjeron hacia el este, a lo largo de la ruta de la seda, quedaron reflejadas en las antiguas cartas sogdianas. Posteriormente los hsiung-nu meridionales establecieron una dinastía en Lo-yang que perduró hasta que pereció a manos de un renegado de su misma raza en el año 350 d. C. Simultáneamente el grupo septentrional de ese mismo pueblo había sido empujado desde las cercanías del lago Baikal hacia el Oeste por el poderío creciente de sus rivales, los hsienpi. Durante rnás de un siglo sus movimientos, aparentemente hacia el norte de la cadena montañosa de Tian Chan, pasaron desapercibidos para los historiadores de las principales civilizaciones. Finalmente, sin embargo, aparecieron en las estepas del Jaxartes hacia el norte de la Sogdiana. Desde el año 350 d. C. en adelante varios grupos de estos hsiung-nu invadieron las provincias orientales del imperio sasánida, donde fueron conocidos con el nombre de chionitas; posteriormente otros grupos de este mismo pueblo, que serían llamados hunos por los europeos, aparecieron entre los alanos y los godos en las llanuras del sur de Rusia, al este del Volga. El año 350 d. C., mientras Shapur II de Irán (309-379 d. C.) se hallaba sitiando la fortaleza de Nisibis en la Mesopotamia romana, le llegaron noticias alarmantes de que unos invasores nómadas estaban atacando las fronteras orientales de su imperio; rápidamente levantó el cerco y marchó hacia la zona amenazada. Recientemente se ha puesto en duda el hecho de que éste fuera el motivo por el que Seleuco (Slwky), el juez sasánida de Kabul, hiciera su viaje a la corte del rey sasánida. Pero al parecer fue hacia estas fechas cuando Shapur II estableció su cuartel general en la ciudad que ahora se llama Nishapur, "la gran hazaña de Shapur", designación con la que se conmemoran estos acontecimientos. Durante casi diez años Shapur II se vio obligado a continuar la guerra contra los chionitas para poder mantener estable su frontera oriental. Por fin consiguió realizar su propósito y cuando en el año 360 volvió a emprender la guerra contra los romanos llevaba consigo como aliadas a fuerzas chionitas bajo el mando de su rey Grumbates. Pero a largo plazo sus esfuerzos fueron en vano, pues, según indican de manera suficientemente clara los testimonios, unas pocas décadas después las antiguas provincias kusanas ya no estaban bajo el control de los gobernantes sasánidas, sino que habían pasado al de los jefes de esos nuevos invasores procedentes de las estepas. Un nuevo poder había surgido en Irán oriental, el de los chionitas y sus sucesores, los kidaritas y los hephthalitas (o ephthalitas). Así pues, se cree que los primeros hunos que aparecieron en Jorezm (uros veinticinco años antes de que llegaran a Europa) fueron los chionitas mencionados por Ammianus Marcellinus". El rombre de este pueblo está formado, al parecer, por el vocablo del persa central xiyon, "huno", y la terminación tribal griega. Sin embargo, Henning consideró que la terminación del nombre ephthalitas era una forma plural del sogdiano. Después de que los chionitas se aliaron a Shapur II, se unieron también a la campaña que éste emprendió contra los romanos en Mesopotamia; en esta campaña, durante el sitio de Amida (Diyarbakr), murió en combate el hijo de Grumbates, rey de los chionitas. Ammianus Marcellinus describe cómo el cuerpo del príncipe fue quemado, suceso de cierta importancia puesto que el ejército sasínida al que acomp2ñaban los chionitas profesaba la doctrina de Zoroastro y para esta religión la cremación era motivo de anatema. Sin embargo, estos detalles se corresponden con los datos que se han obtenido en los estudios arqueológicos de los hunos europeos; testimonios similares se han hallado en el valle de Bishkent, en Tadjikistán, y también en el Ch ou sbu se atribuyen las mismas costumbres al pueblo que durante este mismo periodo habitaba en Qarashahr y que quizá estaba también relacionado con los chionitas. Poco tiempo después tenemos noticias del jefe huno Kidara que sería la figura predominante entre las tribus de la Bactriana durante las últimas décadas del siglo IV. Sus monedas (pues es a él a quien mejor deben atribuirse) se encontraron junto a las de Shapur II (309-379), Ardashir II (379-383) y Shapur III (383-388) en el tesoro de Tepe Maranjan, cerca de Kabul. Sin duda su reinado coincidió con el de estos tres gobernantes sasínidas y quizá continuó después de ellos. Priscus, el escritor griego que hizo la historia de los hunos, habla a veces de los "hunos kidaritas", lo cual parece una razón suficiente para aceptar que los seguidores de Kidara eran verdaderamente hunos y no, como algunos historiadores sostienen, kusanas, a pesar del hecho de que Kidara continuó poniendo en sus monedas el antiguo título territorial de kushanshah, "rey de los kusanas", que también había sido usado por sus predecesores sasánidas. Es cierto que el uso de la expresión "hunos kidaritas" por Priscus refiriéndose al siglo v d. C. puede, por el contrario, introducir un elemento anacrónico, pues en ese tiempo había aparecido en escena una nueva horda. Parece que al final de la vida de Kidara y durante el reinado de su hijo (que debió, según indican las monedas, tener el mismo nombre y sería por tanto Kidara II), una nueva oleada de invasores hunos, los hephthalitas, penetró en la Bactriana y obligó a los kidaritas a desplazarse hacia el Punjab. En esta región el nombre de Kidara se ha encontrado en muchas monedas de oro de las que no se conocen con seguridad ni la ceca ni la atribución. Según Ghirshrnan, los chionitas (término en el que él incluye a los kidaritas) no eran un pueble distinto de los hephthalitas que de manera importante intervinieron en la historia de la quinta centuria d. C. Pero en el anterior párrafo se ha seguido la opinión de los sinólogos McGovern y Enolki. Estos autores sostienen que los hephthalitas eran recién llegados, que bajaron a la Bactriana al principio del siglo V y desplazaron a los kidaritas hacia el sur. De manera que cualquiera de los dos grupos pudo ser el invasor oriental que Bahram IV tuvo que rechazar del Irán el año 427. Pero de cualquier manera esta invasión fue probablemente el resultado de las tensiones surgidas por la aparición de los hephthalitas. A éstos específicamente fue a los que el príncipe sasánida Firuz I recurrió en el año 457 para que le ayudaran a obtener el trono de Irán, entonces ocupado por su hermano Hormizd III. Más tarde Firuz atacó a sus aliados hephthalitas, pero fue derrotado y capturado por el rey de éstos, llamado Akhsunwar según al-Tabari o Khushnavaz según Firdausi. En esta ocasión Firuz obtuvo la libertad dejando a su hijo Qubad como rehén; después logró rescatarle y volvió a atacar, pero dirigió la carga de su caballería hacia un dique oculto y pereció con todos sus hombres. Teniendo en cuenta la anterior alusión a las costumbres funerales de los chionitas, es interesante el hecho de que, según al-Tabari, - Khushnavaz enterró los cuerpos de los persas en túmulos. En lo que se refiere a sus prácticas funerarias y a la derrota que los hephthalitas infringieron a Firuz, la descripción clásica es la de Procopio, el cual dice que, aunque eran hunos de nombre y de raza, no vivían como nómadas, que eran de complexión normal y de rasgos regulares y que practicaban la inhumación, enterrando con cada uno de sus jefes a un buen número (que a veces llegaba hasta veinte) de sus compañeros. Por tanto, en este aspecto encontramos las prácticas de los hepthalitas en contraste con la cremación practicada por los chionitas. En el año 488 o en el 489 el rey sasánida Qubad, que había vivido durante su juventud como rehén entre los hephthalitas, consiguió su restauración en el trono persa con la ayuda de este mismo pueblo. A pesar de ello, la tribu continuó siendo una amenaza para la seguridad de Irán. El siguiente emperador sasánida, Khosrau Anoshirvan (531:579), construyó fortificaciones para defenderse de sus ataques en la llanura de Gurgan y cuando aparecieron los turcos llegó a aliarse con el khan turco, llamado en las fuentes occidentales Sinjibu o Silzibul, para derrotarlos. Finalmente los hephthalitas fueron derrotados en una cruenta batalla un poco después del año 557, se dispersaron y sus tierras fueron divididas en dos partes a las que separaba el Oxus; los sasánidas se quedaron con la parte meridional y los turcos con todas las tierras al norte del Oxus. Durante la última parte del predominio hephthalita en la Bactriana, en el siglo v y principios del VI, las fuentes indias recogen una serie de incursiones en el Punjab y en la India occidental realizadas por un pueblo denominado Huna, el cual, evidentemente, era huno, pero no está claro a qué rama de este pueblo pertenecían los hunos. El grupo más destacado en estas incursiones parece que fue el de los zabulitas. Ya en el año 458 el príncipe gupta Skandagupta tuvo que resistir los ataques de invasores que al parecer eran hunas. Durante su vida fueron mantenidos a raya, pero al final del siglo el imperio gupta estaba en descomposición y hacia el año 510 el jefe huna Toramana había establecido su dominio sobre tina gran parte de la India. Su hijo y sucesor fue el notable Mihirakula, el cual, después de tener bajo su dominio una gran parte del Punjab hacia el año 525, fue rechazado de las llanuras indias, pero continuó en Cachemira. Se cuenta de Mihirakula que se divertía haciendo rodar elefantes por los precipicios de Cachemira porque le gustaba oír los chillidos que proferían al chocar contra las rocas. Toramana y Mihirakula fueron sucedidos por otros reyes hunos, entre los que se encuentran Lakhana y Khigila, cuyos reinados tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo VI, pero de los cuales no se conocen las fechas exactas. Debieron reinar en Kabul o en Gardiz, y el reinado de Khingila debió durar al menos ocho años, según se ha podido comprobar en una inscripción descubierta recientemente. El lenguaje de los hunos asiáticos, igual que el de sus parientes europeos, es enteramente desconocido, a no ser que sobreviva en el dialecto turco khalji, del que Minorsky hizo un estudio. Para explicar las afinidades lingúísticas y étnicas de este pueblo ha habido dos principales hipótesis. Sin embargo, una de ellas, la "iraní", que era defendida por Ghirhsman y por Enoki y que estaba principalmente basada en las leyendas griegas de las monedas, ha quedado muy desacreditada al descubrirse que en realidad las leyendas estaban escritas en el, dialecto iraní oriental local de la Bactriana. Esta conclusión ha sido confirmada por el descubrimiento de la inscripción bactriana de Surkh Kotal. No hay ninguna duda de que este lenguaje iraní oriental fue utilizado ocasionalmente por grupos hunos con fines adrninistrativos; pero, por ahora, queda en pie la hipótesis "turca" de Minorsky acerca del verdadero lenguaje de los hunos. No obstante, causa perplejidad la afirmación del Cbou shu de que los hephthalitas practicaban la poliandría, lo cual sin duda irla en contra de la teoría de que su origen era indoeuropeo, ya que ello indica que en este sentido tenían más afinidad con los tibetanos que con los turcos. El equipo militar de los hunos orientales (en este caso, aparentemente, r de los kidaritas), representado en un disco de plata que se encuentra en el British Museum, tiene también cierta importancia respecto a la cuestión de su origen racial. El equipo incluye una espada recta que se manejaba con las dos manos y un arco compuesto, pero no usaban estribos. Lo primero y lo último les diferencia claramente de sus sucesores, los ávaros, que tenían como equipe característico la espada curva y el estribo y a los que se considera de origen mongol. Minorsky creía que tanto los khalaj de Irán, que hablaban turco, como los ghilzai de Afganistán, que hablaban pashtu (que parecen ser los mismos pueblos que en las fuentes medievales son llamados khaljis) eran descendientes de los hephthalitas. Opinión que parece paradójica a simple vista, pero que está basada en varios testimonios que indican que en la zona de Afganistán actualmente ocupada por los ghilzais debió estar establecido desde tiempos muy antiguos un pueblo que hablara turco. Y muy bien pudo haber ocurrido que un grupo turco, emparentado con el lthalaj de Irán y que se llamara del mismo modo, predominara en algun momento entre los hephthalitas de esta zona. Posteriormente debió ser absorbido por las más numerosas tribus de habla pashtu originarias del este de Irán, pero legaron el nombre de khalij a la amalgama tribal resultante. Por otra parte, no hay ningún ejemplo en Afganistán de una tribu invasora que haya perdido su propia lengua y adoptado la del pueblo que formaba el sustrato previo. Los hazaras mongoles de Afganistán central actualmente son casi por completo de habla persa, aunque conocen su propio origen mongol. La teoría de Minorsky es, por tanto, muy sugestiva, aunque hay que admitir, sin embargo, que las pruebas acerca de las afinidades raciales y lingüísticas de los hephthalitas son extremadamente fragmentarias y, en consecuencia, de ninguna manera se las puede considerar concluyentes. Pags. 54-59
Extractos sobre los Hsiung-nu en el libro "El Imperio Chino", de editorial siglo XXI. b) La guerra en el exterior: Hsiung-nu, Asia central Los hunos de Asia oriental (Hsiung-nu) seguían siendo el enemigo exterior más peligroso del imperio Han. Aún hoy se sigue discutiendo si serían aquellos los hunos que aparecieron en Europa capitaneados por Atila, en el siglo IV d. C., o si, por el contrario, los Hsiung-nu nada tienen que ver con éstos, y al parecer tampoco se sabe con certeza el tronco lingüístico al que pertenecen. Los investigaciones más recientes no parecen demostrar, corno se creía, un posible parentesco entre palabras de los Hsiung-nu mencionadas en las fuentes chinas y las lenguas turcas, sino que sugieren más bien relaciones con las lenguas siberianas (keto, samoyedo). No puede aducirse, en cuanto a la cuestión de su identificación, el hecho de que los Hsiung-nu fueran pastores y jinetes nómadas. El tipo de economía de los nómadas esteparios no ha estado en relación con grupos de pueblos determinados. Tampoco puede recurrirse a los títulos de Hsiung-nu qué la tradición nos ha transmitido. Los títulos de soberanos pertenecen al repertorio de elementos culturales y lingüísticos que pasan de un pueblo a otro. Finalmente, la mezcla de pueblos fue común a todos los reinos esteparios que aparecen en la historia eurasiática. Las federaciones que se formaron en la estepa comprendían diversos pueblos, del mismo modo que se encontraban germanos y godos entre los seguidores de los hunos de Atila y bajo la soberanía de éstos. Y de los <mongoles> de Gengis Khan, seguramente sólo una parte eran auténticamente de lengua y origen mongol. En los reinos esteparios todo se asimila a la lengua y nacionalidad del clan dirigente; éste es el que da a la federación su nombre, y muchas veces también su lengua común. Hay un perfecto paralelismo entre el ascenso de los Hsiung-nu, hasta convertirse en un adversario peligroso para China, y la creación de imperio unificado chino, y este paralelismo no sólo se da en el desarrollo, sino también en el tiempo (finales del siglo III a. C.). Apenas pueden abrigarse dudas respecto a que la fundación de un imperio por parte de los sedentarios chinos haya estimulado e influido a sus vecinos nómadas. Contribuyó no poco a ello el hecho de que huyeran con los hunos los renegados chinos -al igual que se encontraban también romanos y griegos en la corte de Atila-, a menudo fugitivos políticos, pero igualmente osados aventureros y chinos que prefirieron la vida libre de la estepa. De este modo, las influencias chinas se hicieron sentir desde época temprana entre los Hsiung-nu. Las primeras informaciones realmente detalladas que se tienen sobre enfrentamientos entre China y nómadas de la estepa son precisamente aquellas que hacen alusión a las luchas de los Hsiung-nu y los chinos, y de ellas se desprende que el Estado chino tuvo que defenderse de sus vecinos noroccidentales hasta entrado el siglo XVII d. C. Es ésta una de las constantes de la historia de China. Se ha querido ver, no sin razón, la relación entre sedentarios y nómadas como inserta en un contexto condicionado por factores económicos. Los nómadas dependían del trigo corno complemento de su precaria base alimenticia, y por esta razón realizaban también precarios cultivos. Permaneció la vecindad pacífica mientras duró en la frontera china el intercambio de los cereales necesarios por pieles, cueros y caballos. Pero en tiempos de malas cosechas y epidemias de ganado y en ciertos casos, cuando la propia China no estaba en condiciones de exportar cereales por motivos climatológicos o como consecuencia de disturbios internos, la situación de los nómadas se tornaba grave y éstos emprendían ataques a fin de salir de semejante situación; se trataba de apoderarse por medios violentos de lo que les brindaba, en otras circunstancias, el intercambio comercial. Así se puso en marcha una reacción en cadena que fue motivo de preocupación, con bastante frecuencia, para los gobiernos chinos. Bajo el Khan Mao-tun, la federación de los Hsiung-nu alcanzó uno de los momentos de mayor esplendor. El emperador Wen, de la dinastía Han, intentó comprar la paz de las fronteras entregando cereales y seda a los Hsiung-nu y siguiendo una política defensiva. Se celebraron toda una serie de acuerdos que en algunos casos incluyeron también matrimonios entre princesas chinas y soberanos Hsiung-nu. Estas mujeres chinas, trasladadas a la fuerza a las tiendas de los Hsiung-nu, se convirtieron en portadoras de influencias culturales chinas. Parece haber sido tal la cantidad de seda entregada que los Hsiung-nu pudieron enviar el remanente, en venta gananciosa, a la parte occidental de Asia. Así, el comercio llevado a cabo por la "ruta de la seda" no surgió tanto por la iniciativa de comerciantes privados chinos cuanto por los "tributos" rendidos por China en el marco de los acuerdos. Bajo el gobierno del emperador Wu se pasó de una política defensiva a una ofensiva. Este soberano envió diversas expediciones a la estepa a partir del año 133 a. C. para librar una batalla decisiva contra los Hsiung-nu en sus campos de pastoreo. Sólo una de estas expediciones pudo alcanzar el objetivo estratégico. Alrededor del año 127 a. C. se encontraba en manos chinas el territorio Ordos, es decir, la comarca cuadrangular situada en el curso superior del Huangho. Los repetidos avances que tuvieron lugar desde este punto sobre la estepa sirvieron rnás que nada para intranquilizar a los Hsiung-nu, pues Wu y sus generales no tenían intención de establecerse definitivamente en las extensiones de Mongolia. La cuenca del Tarim representaba un objetivo más importante para atacar. Los estados situados en los oasis, cuya población era de habla indoeuropea, habían caído bajo el dominio de los Hsiung-nu; se trataba de un país de importancia debido a las rutas de caravanas hacia Occidente que por allí pasaban y el control comercial que esta situación les confería, pero asimismo por la explotación de jade que brindaba. En el año 121 el general Ho Ch'ü-ping avanzó hacia el Noroeste y conquistó el "corredor" de Kansu, dentro del cual Chü-yen se convirtió en un importante asentamiento comercial y militar chino. Las excavaciones que se efectuaron allí descubrieron gran cantidad de documentos chinos escritos en madera y bambú, que permiten reconstruir la vida cotidiana de una guarnición china fronteriza, y no sólo esto, sino que también brindaron una imagen del "limes" chino, una cadena de minuciosas fortificaciones, construida para hacer frente a los ataques de los nómadas. La emigración de los Yüeh-chih de Kansu, por presión de los Hsiung, data aproximadamente del año 180. Alcanzaron el territorio de la Bactriana griega, estableciéndose allí. La corte china envió al oficial Chan Ch'ien, al frente de una especie de destacamento-espía, con el fin de establecer contacto con los Yüeh-chih y exhortarlos a formar una alianza. Este objetivo diplomático-militar no se habla logrado aún cuando Chan Ch'ien reapareció en la capital, en el año 126 a. C., tras realizar un viaje lleno de aventuras a través de Asia. Pero informó sobre un mundo hasta entonces desconocido para los chinos, el del Irán helenizado. El Ta-yüan de las tierras occidentales corresponde al paisaje de Fergana y posiblemente refleje el nombre de los tocarios. De allí obtuvieron los chinos noticias sobre el vino de uva de una población sedentaria y rica; llegaron a China plantas de cultivo procedentes de Asia sudoccidental: alfalfa, importante como forraje para los caballos, y también caballos. Según investigaciones recientes, es probable que la importación a China de caballos procedentes de Asia sudoccidental no se debiera solamente a intereses mercantiles, sino que existieron también razones religiosas. Las expediciones enviadas a Sógdiana por el emperador Wu, en los años 104 y 101 a. C., debieron estar motivadas por la superstición del emperador, quien vela en los "celestes caballos" de Occidente un medio para obtener la inmortalidad; actitud ésta que concuerda con lo que se sabe sobre la personalidad del emperador, curiosa mezcla de pragmatismo y superstición. Estas expediciones militares de los chinos colocaron la cuenca del Tarim bajo soberanía china y debilitaron el poder de los Hsiung-nu. En el siglo I a. C. el imperio Hsiung-nu fue descomponiéndose gradualmente; en el año 53 el soberano del grupo meridional se sometió a los chinos, y un nuevo avance de éstos hacia Asia occidental infligió una nueva derrota en Sogdiana a las fuerzas Hsiung-nu que quedaban en pie. Así, aproximadamente desde mediado del siglo I, la cuenca del Tarim se encontraba bajo administración militar china; una amplia red de guarniciones garantizaba la posición adquirida por los chinos, sin que por ello desaparecieran los pequeños reinos autóctonos. El curso posterior de la historia muestra que no siempre pudo mantenerse la preponderancia en Asia central, conquistada en las luchas que se desarrollaron bajo Wu y sus sucesores. Pero con ello el imperialismo chino conoció el camino de Occidente. Las fronteras actuales del estado chino en Asia central, marcadas por la provincia de Sinkiang, corresponden en lo fundamental a las conquistas realizadas ya bajo los Han. Las influencias y bienes culturales procedentes del territorio iraní llegados a China por esta vía revistieron gran importancia para la civilización de China. Por las rutas de la seda llegó también a China, a partir del siglo 1 d. C., el budismo, y con él una gran cantidad de nuevos elementos que vendrían a enriquecer la civilización china. Pags. 75-78
a) Conquistas La guerra civil se había librado principalmente en el norte y en el centro de China. Así es como se reforzó el movi-miento migratorio hacia el Sur, iniciado ya con las inundaciones. Los colonos se trasladaron hasta el corazón de Yünnan, Annam y Tongking, territorios que hablan sido ligados mas estrechamente al imperio por el general Ma Yüan al ser enviado éste en el año 42 d. C. a Tongking, donde dos años antes habla estallado una rebelión que fue entonces sofocada. Con todo, la soberanía china sobre estos territorios debió haber sido seguramente nominal. No obstante, la emigración de las regiones septentrionales y del Noroeste se debía también a otras razones. Durante la guerra civil diversos pueblos extranjeros habían irrumpido nuevamente o se hablan instalado en estas zonas. Aunque en el año 48 d.C. se produjo una división entre los Hsiung-nu y se quebró su confederación, ello no redundó únicamente en beneficio de los chinos. Diecinueve tribus de los llamados Hsiung-nu del Sur se pusieron bajo la protección de los Han, pues se encontraban acosados por los Hsien-pi y los Wu-huan. Por un lado fue grata su llegada, pues se esperaba poder utilizarlos en Shansi y en el arco del Huangho para afianzar las fronteras, como se esperaba de las tribus tibetanas toleradas entre el Huangho y el Kuku Nor; pero por otro lado, estos Hsiung-nu y tibetanos crearon muchos problemas a sus vecinos chinos con sus saqueos e incursiones. Por otra parte, entre el año 60 y 70 d. C., las secciones de los Hsiung.nu que se habían retirado hacia el Norte volvieron a hacer sentir su presencia y lograron cierta influencia en Turkestán, donde los estados tributarios de China, excepto el rey de Yarkend, rompieron sus vínculos con el imperio Han. En el año 73 se puso en marcha una primera campaña dirigida por Tou Ku. El clan Tou, que estaba emparentado con la casa imperial, se contaba entre los más fervientes partidarios de una política ofensiva con respecto a Asia central, política que fue luego puesta en práctica bajo los emperadores Chang (76-88) y Ho (89-105). Tou Hsien y Pan Ch'ao derrotaron a los Hsiung-nu del Norte en varias batallas, siendo el segundo quien más avanzó, llegando en el año 94 hasta el extremo occidental de la cuenca del Tarim. Pero el protectorado chino no duró mucho; en el año 107 se retiraron ya las guarniciones del exterior. Económicamente el imperio no se encontraba en condiciones de mantener durante mucho tiempo su presencia militar en estos gigantescos territorios; hubo que conformarse con que las comunicaciones por tierra con Asia sudoccidental no se cortasen totalmente. Por otra parte, alrededor del año 107 se desencadenaron una serie de disturbios entre los tibetanos asentados en la parte oriental de Kansu, recrudeciéndose una y otra vez durante una década e impidiendo temporalmente que el gobierno central pudiera controlar la región del Noroeste. Todo este proceso fue una de las causas de que el contacto y el comercio con el lejano Occidente se realzase cada vez con más frecuencia por vía marítima. Pags. 100-101
Extractos sobre los Hunos del libro "La Alta Edad Media", de Isaac Asimov, editorial Alianza. Aún había esperanzas, pues, de que Roma pudiese resistir el choque de las invasiones, de que los invasores pudiesen ser asimilados y convertidos en romanos, y de que los emperadores pudiesen gobernar como antes. La gran barrera era la religión. Los germanos eran arrianos, y para la población romana, que era católica en su abrumadora mayoría, esto era peor que el hecho de que fuesen germanos. Pero aun esta situación podía haberse suavizado. Si pudiera detenerse la historia en un punto, podría absorberse casi todo cambio. Pero la historia no se detendría. Roma se estaba desmembrando, y penetraban en ella nuevos grupos de invasores toscos y bárbaros más rápidamente que lo que podía ser romanizado un grupo de ellos. Estas nuevas oleadas podían haberse aplacado por sí solas, pero en realidad eran impelidas, pues los hunos estaban nuevamente en marcha. Después de su conquista de los territorios ostrogodos y visigodos medio siglo antes, los hunos habían permanecido en calma. Pero en 433 un gobernante llamado Atila llegó al trono. Astuto, ambicioso y en modo alguno sólo un bárbaro, embarcó otra vez a los hunos en una agresiva política de expansión. Durante la mayor parte de su reinado, dirigió sus ataques hacia el Sur, a través del Danubio, y esparció la ruina y los saqueos por las provincias del Imperio de Oriente, obteniendo grandes ganancias como botín y tributos. Luego se dirigió al Oeste por diversas razones. El Imperio Oriental estaba ansioso de sobornarlo para que se alejase, como antaño había sobornado a Alarico, una generación antes. Además, el Imperio de Oriente ofrecía una resistencia desesperada, y Atila pensó con razón que el Imperio Occidental, más débil y en un estado más avanzado de desintegración, sería una presa mucho más fácil. Llevó su ejército al Oeste a través de Germania, obligando a algunas de las tribus a cruzar el Rin en huida. Entre ellas se contaban los burgundios, que habían habitado a lo largo del Rin central y ahora se lanzaron al sudoeste de la Galia, ocupando la región que rodea al lago de Ginebra. Más al norte, los francos cruzaron el Rin inferior y penetraron en el norte de Francia. En 451, los hunos cruzaron el Rin, y por primera y única vez en la historia, guerreros altaicos estuvieron al oeste de este río. (Europa volvería a temblar ante invasiones de otros guerreros asiáticos, entre ellos, mongoles y turcos, pero ninguno llegaría tan al Oeste.) En ese momento, los dominios hunos llegaron a su máxima extensión, pues cubrían una franja de tierra, a través de Europa central y oriental, que tenía cuatro mil kilómetros de largo. El Emperador de Occidente era por entonces Valentiniano III, y el general principal era Flavio Aecio, hombre capaz que había estado mucho tiempo entre los visigodos y entre los hunos. Aecio había ejercido el gobierno imperial en la Galia durante años, enfrentando a un grupo de bárbaros contra otro, para que ninguno llegase a ser demasiado fuerte. También se entregó a rencorosas intrigas contra otros generales imperiales, y es difícil saber si hizo más bien que mal a Roma a largo plazo, pues nunca pareció vacilar en dar prioridad a su provecho personal antes que al del gobierno. Por ejemplo, fue su rivalidad con otro general lo que llevó a la creación del Reino Vándalo en el norte de Africa y a la pérdida, para Roma, de una importante fuente de cereales. Aecio había combatido contra los visigodos y no había vacilado en emplear tropas hunas siempre que quisieron luchar de su parte. Pero ahora los hunos eran el principal enemigo, y Aecio dio media vuelta. Se alió con su viejo enemigo, el anciano Teodorico I, rey de los visigodos, y, junto con otras tribus germánicas entre las que figuraban los francos y los burgundios, se volvió contra los hunos. El ejército de Atila tampoco era exclusivamente huno. Tenía muchos aliados germánicos y un fuerte contingente ostrogodo, pues éstos se hallaban bajo la dominación de los hunos desde hacía ochenta años. Atila trató de dividir a las fuerzas que se les enfrentaban anunciando que no había ido a luchar contra el Imperio, sino sólo contra los visigodos. Conocía bien a Aecio y pensaba que sería fácil que éste se retirara y dejase que los hunos luchasen contra los visigodos. Pero, por una vez, Aecio no jugó sucio y se mantuvo firme. Antes de que las fuerzas imperiales pudieran alcanzarlo, Atila se había dirigido a las murallas de Aurelianum (la moderna Orleáns) y hasta se había afirmado dentro de la ciudad. Pero cuando llegaron las fuerzas imperiales, se vio obligado a retirarse. Los ejércitos se encontraron en los Campos Cataláunicos (la principal ciudad de esta región es Chalons), a unos 190 kilómetros al noroeste de Orleáns. No fue tanto una batalla de romanos contra hunos como de godos contra godos. Aecio colocó sus propias tropas a la izquierda del frente y a los visigodos a la derecha. Los aliados más débiles fueron apostados en el centro, por donde -según esperaba Aecio- Atila (que siempre se colocaba en el centro de su línea) lanzaría el ataque principal. Así ocurrió. Los hunos atacaron por el centro y penetraron en las líneas enemigas, mientras los extremos de las lineas de Aecio se cerraron sobre ellos y los rodearon. Cuando la batalla terminó, las fuerzas imperiales habían vencido claramente. Si la victoria hubiese sido aprovechada adecuadamente, los hunos podían haber sido exterminados y Atila muerto. Pero Aecio, el intrigante, pensó que su principal preocupación debía ser impedir que sus aliados se hiciesen demasiado fuertes. Teodorico, el viejo rey visigodo, había muerto en la batalla, y Aecio urgió al hijo y heredero del monarca, Torismundo, a que retornase rápidamente a Tolosa para asegurarse la sucesión. Los visigodos fueron retirados apresuradamente del lugar de la batalla, con lo cual perdieron la oportunidad de expandir su reino gracias a la victoria. Este fracaso de la expansión visigoda convenía a Aecio, por supuesto. También estaba seguro de que una guerra civil mantendría ocupadas las energías de los visigodos, y tenía razón. Torismundo subió al trono, pero al año fue muerto por su hermano menor, quien entonces reinó con el nombre de Teodorico II. Aunque Aecio había logrado una ventaja, perdió los beneficios a corto plazo. Sin sus aliados visigodos, Aecio no tenía fuerzas suficientes para perseguir a los hunos. El resultado de la batalla de los Campos Cataláunicos fue expulsar a Atila de la Galia, pero a causa totalmente de las maquinaciones de Aecio, no terminó con la amenaza de los hunos, como fácilmente podía haber sucedido. Atila pudo reorganizar su ejército y tomar aliento. En 452, invadió Italia. Puso sitio a Aquileya, ciudad del extremo septentrional del mar Adriático, y después de tres meses la tomó y la destruyó. Algunos de los habitantes, huyendo de la devastación, buscaron refugio en las lagunas pantanosas del oeste. Éste, según la tradición, fue el núcleo inicial de lo que más tarde sería la famosa ciudad de Venecia. Italia estaba postrada ante Atila, como cuarenta años antes lo había estado ante Alarico. Los hunos podían haber tomado Roma como los visigodos, pero a último momento se retiraron. Algunos dicen que la causa fue el temor supersticioso de Atila ante la aureola de Roma y del papa León I, quien fue a su encuentro con todos los ornamentos papales para pedirle que no destruyese a Roma. Otros, menos románticos, dicen que se retiró gracias a un considerable presente en oro que el papa León I llevó consigo. Sea como fuere, Atila abandonó Italia. Al volver a su campamento bárbaro, en 453, se casó nuevamente, añadiendo otra esposa a su numeroso harén. Participó en una gran fiesta y luego se retiró a su tienda, donde murió durante la noche, al parecer de un ataque, causado quizá por los excesos de la celebración. Su Reino quedó dividido entre sus muchos hijos y se derrumbó casi inmediatamente bajo el impacto de una revuelta germánica, que estalló tan pronto como se difundió la noticia de la muerte de Atila. La dominación huna llegó a su fin y los hunos desaparecieron de la historia. Pags. 46-51
Extractos sobre los Hunos del libro "El Imperio Romano", de Isaac Asimov, editorial Alianza. Mientras los vándalos se apoderaban de la provincia meridional del Imperio Occidental y los visigodos se acomodaban en las provincias occidentales, una amenaza aun más bárbara aparecía en el Norte. Los hunos estaban nuevamente en marcha. Había sido su migración hacia el Oeste, casi un siglo antes, desde el Asia Central a las llanuras al norte del mar Negro, lo que había impulsado a los visigodos a entrar en el Imperio Romano e iniciado el prolongado ataque que ahora puso al Imperio Occidental al borde de la ruina. Mientras los godos y vándalos obtenían sus victorias, los hunos habían permanecido relativamente tranquilos. Habían saqueado la frontera romana de vez en cuando, pero sin llevar a cabo una invasión substancial. En parte, esto fue consecuencia de que el Imperio Oriental estuvo en una situación más sólida que su hermano Occidental. Después de la muerte de Arcadio, en 408, su hijo de siete años, Teodosio II (llamado a veces "Teodosio el Joven"), subió al trono. Cuando llegó a la edad adulta, demostró ser más fuerte que su padre, y hasta tenía cierta amabilidad y buena disposición que le dio popularidad. En el curso de su largo reinado de cuarenta años, el Imperio de Oriente conservó cierta estabilidad. Amplió y reforzó Constantinopla, abrió nuevas escuelas y mandó hacer un compendio jurídico que fue llamado el Código de Teodosio, en su honor. Los persas (el viejo enemigo casi olvidado ante los terrores del nuevo peligro que presentaron los bárbaros del Norte) fueron rechazados en dos guerras de bastante éxito, y si bien las fronteras del Imperio Occidental se estaban derrumbando, las del Imperio Oriental se mantuvieron intactas. Pero en 433 dos hermanos, Atila y Bleda, accedieron al gobierno de los hunos. Atila, que era el miembro dominante de la pareja, de inmediato mostró una actitud amenazante hacia Roma y obligó a Teodosio a pagarle un tributo de 700 libras de oro al año a cambio de la promesa de mantener la paz. Y Atila mantuvo la paz... durante un tiempo. Aprovechó el intervalo para fortalecerse en todas partes, lanzando a sus jinetes contra los primitivos eslavos, que entonces ocupaban las llanuras de la Europa oriental central. También avanzó hacia el Oeste, a Germania, debilitada y en parte despoblada por las migraciones de tantos guerreros a las provincias occidentales del Imperio. El empuje hacia el Oeste de los hunos lanzó a nuevas tribus germánicas a través del Rin. Entre ellas se contaban los burgundios, algunos de los cuales habían participado en el anterior avance de los suevos sobre la Galia. Ahora, en 436, y en los años siguientes, nuevos grupos de burgundios entraron en la Galia y se establecieron en la región sudoriental de la provincia, después de sufrir una derrota, por obra de Aecio, que desalentó los planes que pudieron haber concebido de obtener un dominio más vasto por el momento. Otra tribu germánica empujada a la Galia por los hunos fue la de los francos. Habían intentado hacer una incursión en Galia casi un siglo antes, pero Juliano los derrotó de modo tan total que hablan permanecido en calma desde entonces. Ahora ocuparon la parte nororiental de la Galia, y esta ocupación también fue limitada por una derrota a manos de Aecio. Otras tribus germánicas -los anglos, sajones y jutos- que habitaban al norte y al noreste de los francos, sobre las costas de lo que es ahora Dinamarca y Alemania occidental, se vieron obligados a cruzar el mar en el decenio de 440. Hicieron correrías por Britania, que había vuelto a la barbarie, y en 449 los jutos efectuaron sus primeros asentamientos permanentes en lo que es ahora Kent, en la región sudoriental de Inglaterra. Durante los siglos siguientes, los "anglosajones" expandieron lentamente sus posesiones al Oeste y al norte contra los fieros guerreros celtas britanos. Fue esta resistencia céltica la que más tarde dio origen a la leyenda del rey Arturo y sus caballeros. Algunos de los britanos huyeron luego a la región noroccidental de la Galia, estableciéndose en lo que es ahora Bretaña. Después de la muerte de Bleda, en 445 (1198 A. U. C.), desapareció la influencia moderadora que ejercía éste sobre Atila, quien entonces gobernó un vasto imperio que se extendía desde el mar Caspio hasta el Rin y cubría la frontera septentrional del Imperio Romano de un extremo a otro. Decidió seguir una política exterior aún más aventurera e invadió el Imperio de Oriente, hasta que fue comprado por un tributo aumentado de una tonelada de oro al año. Teodosio II murió en 450 (1203 A. U. C.) y le sucedió su hermana, Pulqueria, nieta de Teodosio I. Sintió la necesidad de un sostén masculino en medio de los males que la acosaban y se casó con Marciano (Marcianus), un tracio de humilde origen pero un capaz general. El cambio de gobierno se hizo sentir inmediatamente, pues cuando Atila envió a pedir el último pago del tributo anual, Marciano se negó a entregarlo y se declaró dispuesto a ir a la guerra. Atila rechazó el desafío. ¿Para qué preocuparse por Marciano, que podía crearle problemas, cuando en el Oeste había una región dominada por un emperador débil, cortesanos pendencieros y reinos bárbaros rivales? Hay una historia según la cual Honoria, la hermana de Valentiniano III habiendo sido encarcelada por un delito, hizo llegar su anillo a Atila y lo instó a ir a Italia y reclamaría como novia suya. Esto pudo haber servido al rey huno como excusa para una invasión que de todos modos tenía planeada. Casi inmediatamente después de la subida al trono de Marciano y el rechazo del tributo, Atila se dispuso a cruzar el Rin e invadir la Galia. Desde hacía una generación, la Galia había sido el escenario de la lucha entre Aecio, en representación del Emperador, y diversas tribus germánicas. Aecio había hecho prodigios. Mantuvo a los visigodos confinados en el sudoeste, a los burgundios en el sudeste, a los francos en el noreste y a los britanos en el noroeste. Grandes extensiones de la Galia central seguían siendo romanas. En verdad, puesto que Aecio obtuvo las últimas victorias que lograron los romanos en Occidente, a veces es llamado «el último de los romanos». Pero ahora no era con las tribus germánicas que huían de los hunos con los que debía luchar, sino contra los mismos hunos Cuando Atila y sus hordas de hunos cruzaron el Rin en 451(1204 A. U. C.), Aecio se vio obligado a hacer causa común con el visigodo Teodorico I. En verdad los germanos de la Galia reconocieron el tremendo peligro que se cernía sobre todos, y francos y burgundios afluyeron al ejército de Aecio. Los dos ejércitos, el de Atila, que incluía auxiliares de las tribus germánicas conquistadas por los hunos, sobre todo los ostrogodos, y el de Aecio, con su fuerte contingente visigodo se encontraron en el norte de la Galia, en una región que había sido habitada por una tribu celta llamada los «catalauni». Por ello, la región es llamada los Campos Catalánnicos y la principal ciudad de la región es ahora Châlons, a unos 140 kilómetros al este de París. La batalla que se libró allí es llamada la Batalla de Chálons o la Batalla de los Campos Catalaúnicos, pero de cualquier forma que la llamemos fue en cierta medida una batalla de godos contra godos. Aecio colocó sus propias tropas en la izquierda de la línea del frente y a los visigodos en la derecha. Los aliados más débiles fueron situados en el centro, donde, esperaba Aecio, Atila (que siempre estaba en el centro de su propia línea), lanzaría el ataque principal. Eso fue lo que ocurrió. Los hunos atacaron por el centro y avanzaron, mientras los extremos de la línea de Aecio se cerraron sobre ellos, los rodearon e hicieron estragos. Si la victoria hubiera sido explotada hasta el fin, los hunos podían haber sido barridos y Atila muerto. Pero Aecio era aún más intrigante que general y le interesaba que los visigodos no se hicieran demasiado fuertes como resultado de la victoria sobre los hunos. Teodorico, el viejo rey visigodo e hijo de Alarico, murió en la batalla, y Aecio entrevió aquí una oportunidad favorable. Habla mantenido al hijo de Teodorico, Torismundo, como rehén para impedir que el viejo godo cambiase repentinamente de opinión con respecto al bando al que le convenía apoyar. Ahora envió al joven príncipe apresuradamente a Tolosa con su ejército para asegurarse la sucesión. Con la desaparición de los contingentes visigodos, Atila y lo que quedaba de su ejército pudieron escapar, pero Aecio podía estar seguro de que los visigodos estarían dedicados a una guerra civil. Accio tenía razón. Torismundo subió al trono, pero al año fue muerto por su hermano menor, quien a su vez se hizo coronar con el nombre de Teodorico II. Este dudoso asunto de Châlons impidió que Atila conquistase la Galia, pero no acabó con la amenaza de los hunos ni merece el honor de llevar el nombre de "victoria decisiva" que le otorgaron ¿pocas posteriores. Atila reorganizó su ejército, recuperó el aliento y, en 452, invadió Italia, usando todavía como excusa su petición de la mano de Honoria, que se había prometido a él. Puso sitio a Aquileya, ciudad del extremo septentrional del mar Adriático y después de tres meses la tomó y la destruyó. Algunos de sus habitantes, huyendo de la devastación, buscaron refugio en las lagunas cenagosas del Oeste. Este fue, según la tradición, el núcleo inicial de la que más tarde sería la famosa ciudad de Venecia. Italia estaba postrada ante el avance de este bárbaro que se jactaba de que «la hierba nunca vuelve a crecer allí donde pisa mi caballo». Los eclesiásticos proclamaron que era el medio por el cual Dios castigaba a un pueblo pecador. Era «el azote de Dios». El avance de Atila hacia Roma no halló oposición. Como Honorio se había quedado acobardado en Ravena cuarenta años antes mientras Alarico atacaba Roma, así ahora Valentiniano III se quedó acobardado en Ravena. El único líder de Roma que podía oponerse a Atila fue el obispo de Roma, quien por entonces era León, un hombre de origen romano que había sido nombrado obispo en 440. (A causa de su historia a menudo se le llama «León el Grande»). Fue bajo León cuando el obispo de Roma logró por primera vez la posición indiscutida de principal eclesiástico de Occidente. El cambio de la capital occidental de Milán a Ravena había arruinado el prestigio del obispo de Milán, mientras el poder bárbaro en Galia, España y Africa había disminuido el prestigio de los obispos de esas regiones. La palabra «papa», que significa «padre», había sido aplicado en diversas lenguas y aún lo es («père», «padre») a los sacerdotes en general. En el Imperio Romano tardío fue aplicado a los obispos, en particular, y a los obispos importantes más particularmente aún. Cuando León fue obispo de Roma, se hizo práctica corriente en Occidente limitar la palabra «Papa», con mayúscula, a él. León (y los posteriores obispos de Roma) fue el «Padre» por excelencia; era el Padre, el Papa. Si bien es costumbre incluir a todos los obispos de Roma, desde el mismo Pedro, entre los papas, sólo en el reinado de León el nombre de «papa» se hizo común, y por eso León es considerado por algunos como el fundador del papado. León adoptó una actitud firme en todas las disputas religiosas de la época. No vaciló en actuar como el primer obispo de la Iglesia, y su opinión fue adoptada por otros. Mostró su fuerza en una severa represión de los maniqueos, que fue el comienzo del fin de su intento de competir con el cristianismo por la adhesión del populacho. (Sin embargo, el maniqueísmo no murió, sino que llevó una existencia subterránea y tuvo influencia en el desarrollo de ciertas herejías medievales, sobre todo en el sur de Francia.) El prestigio de León aumentó aún más por su acción con respecto a Atila. Roma, abandonada por sus líderes politicos, sólo podía apelar a León. Recogiendo el desafío con firme valentía, León se dirigió al Norte para encontrar al conquistador que se aproximaba. Ambos se encontraron en 250, a orillas del río Po. Llevando sus vestimentas papales con toda su magnificencia y rodeado de toda la pompa que pudo lograr, León urgió a Atila abstenerse de atacar la ciudad sagrada del Imperio. Según la tradición, Atila quedó desconcertado e impresionado por la firmeza de León, su imponente apariencia y la aureola del papado. Por temor reverente o por superstición, se retiró. A fin de cuentas, Alarico había muerto poco después del saco de Roma. También es posible que León acompañase sus palabras con la oferta de un generoso don en lugar de la mano de Honoria, y que el oro, tanto como el temor, persuadiesen a Atila a retirarse. Atila abandonó Italia y, de vuelta en su campamento bárbaro, en 453 (1206 A. U. C.) se casó de nuevo, anadiendo una esposa más a su numeroso harén. Participó en una gran fiesta, luego se retiró a su tienda y, durante la noche, murió en circunstancias misteriosas. Su imperio quedó dividido entre sus numerosos hijos y se desmembró casi inmediatamente bajo el impacto de una revuelta germana que estalló tan pronto como se difundió la noticia de la muerte de Atila. En 454, los germanos derrotaron a los hunos, y las hordas de éstos se disolvieron. El peligro había pasado. El gran adversario de Atila no le sobrevivió mucho tiempo. Para la corte romana, Aecio había sido demasiado afortunado. Había triunfado sobre su rival, Bonifacio; había triunfado sobre Atila. Su ejército le era devoto y bandas de bárbaros protectores lo rodeaban por todas partes. El inepto Emperador, que había estado un cuarto de siglo en el trono y había llegado a una poco heroica edad adulta sólo gracias a las hazañas de su general, abrigaba un hondo resentimiento por haber temido a ese general. Le fastidiaba haberse visto obligado a admitir que su hija fuese prometida en matrimonio al hijo de Aecio. Como medio siglo antes había sido fácil hacer creer a su tío Honorio que Estilicón aspiraba al trono, así también ahora Valentimano III fue convencido fácilmente de que la misma acusación contra Aecio era verdadera. Y, en cierto sentido, Aecio provocó su destino por su arrogancia y el engreimiento con que ignoraba las precauciones. En septiembre de 454 se presentó solo ante Valentiniano, que visitaba Roma en ese momento. Aecio trataba de hacer los arreglos finales para el matrimonio de su hijo con la hija de Valentiniano que, por supuesto, era el elemento más sospechoso de la situación en lo concerniente al Emperador. Extrayendo repentinamente su espada, Valentiniano la clavó en Aecio, y ésta fue la señal para que los funcionarios de la corte rodeasen al general y lo acuchillasen. Este acto no salvó a Valentiniano. No sólo fue impopular en toda Italia -que confiaba en Aecio como escudo contra los bárbaros-, sino que, para el Emperador, fue una forma de suicidio. Medio año más tarde, en marzo de 455 (1208 A. U. C.), dos hombres que antaño habían servido en la guardia personal de Aecio, hallaron finalmente la oportunidad y apuñalaron a Valentiniano hasta la muerte. Valentiniano fue el último gobernante masculino descendiente directo de Valentiniano I. Este linaje duró, con creciente debilidad, casi un siglo. El último gobernante de este linaje en el Este fue Pulqueria, esposa del emperador Marciano y prima hermana de Valentiniano. Ella murió en 453 y Marciano en 457. |
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